La pasión

Salimos del amor 

como de una catástrofe aérea

 Cristina Peri-Rossi 

Convencida y vencida, húmeda y anhelante, te contemplo dormida luego de abrir la puerta del cuarto en el que duermes en la casa de una amiga común que se niega a tomar partido en la guerra civil. Tú y yo estamos en bandos distintos y por eso nos separamos hace un año. Hay una tregua y debo hacer un reportaje sobre esta frontera entre la nada y el olvido, pero en realidad estoy aquí porque te sigo amando. Qué cansada debes estar pues ni siquiera apagaste una débil luz amarillenta que tienes en la mesa cerca de tu cama. Tu uniforme militar está arrugado en una silla: una química trocada en guerrera. Hace frío pero tú duermes confiada entre cobijas gruesas que te envuelven y que solo dejan ver una pantorrilla torneada, un brazo finamente musculoso, el cuello. Disfruto tu perfil, la nariz que surge del entrecejo con un trazo contundente y recto. Entro, cierro, me quito la chaqueta de cuero, la dejo en la única silla. Con ternura me inclino sobre ti, arreglo las cobijas sobre tu cuerpo. Quiero ser esas cobijas para tocar toda tu piel en una sola caricia. Me acuesto a tu lado. Aceptas mi presencia, estás dormida, ¿estás despierta? Recorro apenas rozándote con mi nariz tu cuello desde la nuca hasta tu oreja; el olor es solo tuyo. Siento tu estremecimiento y te envuelvo con el brazo izquierdo, te acomodas, sabes que soy yo quien te abraza. Mis pechos prueban su dureza en tu espalda. Mi otra mano sostiene mi cabeza. Abres los ojos pero no me miras de inmediato. Con los dedos comienzo a recorrer tu vientre y empiezo a subir. Haces un gesto tímido intentando evitarlo; no insisto, beso tu cuello, no he dejado de amarte nunca, ni un día, murmuro. Quisiera disfrutar tu pecho izquierdo, volver a sentir de nuevo que me llena la mano, tentar el endurecimiento de tu pezón. Haces un gesto de inquietud; hemos estado de costado y te das la vuelta para enfrentarme. Tropiezas con mi boca que te espera, la mantengo sobre la tuya; apenas ladeo la cabeza, mi brazo derecho se acomoda en tu nuca y hombros, mis labios hacen apenas un movimiento sobre los tuyos que se entreabren con un gesto tímido. Envuelvo tus labios con los míos, soy yo la que conduce el beso, la intensidad, el tiempo que durará, el punto justo de humedad, el movimiento exacto de la lengua: apenas la punta. Es un beso largo, de reconocimiento, de reencuentro. Aquí vine a claudicar, lo sé. Tratas de detenerme, observo tus ojos negros que dicen que sí y tus labios que dicen que no. Te sientas, te atraigo hacia mí. Soy yo quien te ofrece la boca, la que rodea tu cuello, la que espera el abrazo que posee, la que te murmura a tu oído hazme tuya, haz lo que quieras conmigo, te daré lo que pidas, me abrazas. Todavía estoy a medio vestir, eso te molesta, te humilla un poco. El que yo esté con ropa enfatiza tu desnudez. Siempre has dormido desnuda, pero hace demasiado frío. ¿O sabías que vendría a verte? Te separo un momento de mí, te miro, veo fragilidad, te abrazo, te acuno, te digo lo que vine a decirte: me rindo. No contestas, pasan minutos entre abrazos, besos de variada intensidad, caricias en la espalda, en el cabello. Frente a tu rostro me quito la franela, me acaricias los pechos lentamente y luego de un modo más intenso; mi cuello se arquea (te extrañaba tanto) mi entrecejo se une (te deseaba tanto) mi boca se abre, gimo. La precisión, la rapidez de tu lengua, la forma de abrir la boca y cubrir el pezón siempre me han gustado. Vamos cambiando de posición, me dejas hacer cuando te recuesto y bajo a tus pechos. Los trato con gentileza, mi boca cerrada los recorre antes de probarlos, te los beso con paciencia, presiono tus pezones entre dos dedos, los acaricio con la yema del índice, empiezas a arquearte, a gemir, a perder el control. Abres tus muslos, quieres que me acomode entre ellos. Lo hago, cuidando no exceder el peso justo sobre tu cuerpo. Nos movemos llevando un compás suave, exactamente al mismo ritmo, tocándonos las caras, el cabello, en una caricia que incluye todo el cuerpo, concentradas, mirándonos a veces, escondiendo mi cara en tu cuello, aferrándonos con ternura de alta temperatura la una a la otra porque en medio de este peligro somos la vida que nos queda.Un beso largo indica la tempestad en ciernes; regreso a tus pechos dueña y sin freno, los pruebo, los envuelvo con mi boca. Mi mano acaricia tu vulva, te abres sin apuro, me contengo, apenas rozo tu clítoris. Tu mano en la mía indica que quieres más. Mi dedo medio presiona suavemente de arriba hacia abajo y viceversa. Subo a tu boca y mientras te beso bajo a la entrada de tu vagina y dejo los dedos justo en la entrada. Me detienes, me recuestas, me quitas lo que me queda de ropa y nuestros cuerpos se emulsionan en una danza que dura minutos; estás sobre mí, me jineteas paciente y sabia, me amansas la inquietud mientras te sujeto por los hombros y te pido que sigas. Mi cuerpo acepta tu ritmo, tu peso, tu forma de mordisquear mis orejas, tu beso altanero de labio contra labio, tu lengua vencedora, un mordisco preciso que da un levísimo dolor, dolor curado por la ternura de tu beso siguiente. El ritmo es otro, los besos más dulces, el movimiento más acompasado. Penétrame, te pido, me acunas por un instante en tu regazo. Buscas entre mis muslos, me tocas el clítoris con la frotación exacta, al rato introduces dos dedos, cuidadosa. Eres lenta para enloquecerme. Te pedí una tregua, ya va amor, te dije con tanta ternura que me soltaste sin chistar. En un instante tenía mi rostro en tu bajo vientre. Tu perla asomaba redonda y plena. La punta de la lengua recorrió desde la entrada de tu vagina hasta el clítoris erecto y se detuvo: primeo un toque …estremecimiento…Otro. Presionar, lamer con levedad primero y ante tus gemidos, tu “más rápido”, lamer velozmente, envolver tu perla con los labios y chuparla, sentir tu olor a vainilla, los vellos cuidadosamente afeitados y puestos en su lugar. Tu vulva es hermosa, su carne es rosada, los labios mayores están tan bien modelados como los menores. Mi lengua es precisa con tu clítoris, el placer te arranca gemidos. Luego me dices “Así, cógeme”. Te penetro con mis dedos por la vagina y el ano y al minuto los espasmos comienzan: siento el primer sismo en mi lengua y las contracciones en mis dedos, rítmicas, primero más fuertes, luego más leves. Los gemidos son irregulares hasta hacerse cada vez más largos y sostenidos. Terminas. Me apartas, agotada, dulce, gimiente, temblorosa. Luego cuando sientes mi rostro cerca del tuyo, lo acaricias sin abrir los ojos.No me perdonas tu entrega. Me volteas sin apuro, sé lo que quieres, mis rodillas y mis codos van a la cama. Me arqueo y gimo, te duele, no, quizás duela un poco, te hincas, te afincas, sí, duele un poco, jadeo mientras el orgasmo tiembla en el vientre. Recuesto la cara de la cama, completamente invadida. A los orgasmos leves ya ocurridos sucederían las sacudidas mayores. Tus dedos me sacan un gemido profundo y visceral, un orgasmo pleno de espasmos. Estamos cansadas pero unos minutos después estás delante de mí, te sujeto por la nuca, te beso, mi dedo te acaricia tu orificio más secreto de modo clemente y tierno, tus muslos estás abiertos, tocas tu clítoris con tu dedo medio derecho. Quiero ver tus gestos mientras tienes otro orgasmo. Te recuesto en la cama, te penetro con la mano derecha y sigo la ruta hacia el vientre, muevo los dedos hacia arriba, presionando. Mi mano izquierda en tu nuca está jalándote hacia abajo, los ojos negros te brillan, enrojeces hasta el cuello, aceptas el placer que te doy ¿por soledad, por necesidad, por el pasado, por amor? Esa humedad que facilita el deslizarse de mi mano dentro de ti es un regalo que me haces. Acaricio tu clítoris con el pulgar: tus ojos negros se abren todavía más, las pupilas dilatan, parpadeas, frunces levemente el entrecejo; es la cara de dolor leve del placer extremo, veo tus dientes, tu lengua rosada. Me miras como extrañada, con secreta rebeldía, gritas ahogadamente, culminas. Luego tu lengua afilada y rápida extrae mi último orgasmo casi al borde del desmayo. En la mañana me despierto abrazada por ti, tu frente está en mi nuca. Te pregunto: ¿y ahora qué pasará con nosotras? No contestas. ¿De verdad estarás dormida?

Gisela Kozak Rovero. Texto perteneciente a En rojo.Narración coral. Caracas, Alfa, 2011.

Cuándo triunfa una dictadura | Letras Libres

En el siglo XXI las dictaduras pueden nacer perfectamente de regímenes democráticos con instituciones débiles. Mientras más poder tenga el Estado y menos autonomía económica y organizativa las fuerzas vivas de la sociedad, más lejos puede llegar un gobierno con ambiciones dictatoriales.

No es lo mismo ejercer impunemente el poder cuanto se maneja el 95% del producto interno bruto (PIB) desde un palacio de gobierno que manejar solo el 20%. Si el aspirante a dictador que ganó unas elecciones democráticas quiere dejar su rostro desnudo y sin máscara, necesita el apoyo de las fuerzas económicas, al estilo chino, de la destrucción de partidos políticos con décadas de funcionamiento y del sometimiento de la sociedad civil. La anuencia popular puede lograrse con transferencias económicas, pero estas hay que sostenerlas en el tiempo y tal cosa no ocurrirá si la economía no funciona. Mientras las leyes no se cambien al antojo del aspirante a dictador, los límites no pueden sobrepasarse a menos que se cuente con el respaldo de las fuerzas armadas, asunto complejo si el líder no es militar. Asimismo, un Estado federal no funciona igual que uno centralizado.

No es fácil encarar a un autoritario que quiere ejercer sin cortapisas. Si por las vías democráticas se le concede el poder de cambiar la Constitución o de hacerse con las instituciones del Estado, puede transformar las reglas a su favor y hacer cuesta arriba que la oposición llegue al poder. Así lo indican Steven Levitsky y Lucan Way en su libro Competitive authoritarianism: Hybrid regimes after the Cold War. Este tipo de líder, los adláteres, fanáticos y las fuerzas militares, si por desgracia lo apoyan, se alimentan de la tranquilidad de conciencia, de la certeza del gran favor que nos hacen cuando deciden nuestro destino desde las alturas del poder político. Los más sentimentales apelan a la herencia cristiana de “bienaventurados los pobres de la tierra”, aunque el camarada Marx, desde luego, hubiese denostado este lenguaje oloroso a incienso que alimenta la caridad cristiana.

Los autoritarismos del siglo XXI se basan en causas que suenan a campanas volando en pascua de resurrección. Puede ser la restauración del esplendor nacional ruso al estilo de Vladimir Putin; de la defensa del occidente cristiano como Viktor Orban; de la preservación de la verdadera fe como las teocracias islámicas; de la salvación de los pobres y de la dignidad nacional, casos de Nicolás Maduro, Daniel Ortega y Miguel Díaz-Canel. Los chinos son los mejores: éxito económico y mano de hierro luego de permitirse el lujo de la hambruna y las atrocidades del Camarada Padre Mao Zedong. Por amor los padres de otra época eran capaces de descomunales palizas y luego los miembros de la familia se retratan en navidades con el venerable anciano que los torturó cuando eran niños; total, fue por su bien.

Dice Tzvetan Todorov, en su magnífico texto Memoria del mal, tentación del bienIndagación sobre el siglo XX, que los autoritarios son mucho mejores antropólogos que los demócratas liberales, confiados en que nacemos libres e iguales. La realidad es que quien alce a la masa como un solo ser logrará convertirla en pueblo y en su nombre florecerán los enemigos, los que deben irse del país, los que han de callarse. Los acusados y acosados serán declarados culpables sin otra prueba que la palabra del líder. ¿La ley? Para qué, nadie la necesita a la hora de abrir un micrófono e insultar impunemente. No haber nacido pobre es más que suficiente para ser juzgado sumariamente. Pero, ojo, si se es pobre la conducta ha de ser intachable (es decir, sumisa), no sea que se entre a la categoría de “mafias”, “alienados”, “nariceados”, “aprovechados”. Interpelar a la emoción funciona mucho mejor que los datos, las pruebas, el conocimiento. Cuando los demócratas liberales insisten en el fortalecimiento de las instituciones, saben lo que hacen. Se trata precisamente de distribuir el poder para que las tentaciones autoritarias, como las que exhibe Donald Trump, no lleguen lejos.

Cuando todavía existen instituciones con relativa independencia hay que defenderlas, lo cual se vuelve complicado si el partido en el poder coincide con las aspiraciones de su líder y si los partidos opositores no cuentan con el prestigio y ascendencia necesarios para organizar al sector de la población que no comulga con el gobierno en ejercicio. La preservación de la institucionalidad y la independencia de los poderes debe ser la lucha de todos los demócratas, pero en América Latina la desconfianza no es fácil de derrotar. Además, el voto popular ha sido el arma de los autoritarismos competitivos que pueden llegar a mutar en dictaduras pues se cumple a rajatabla la máxima descontextualizada de “la voz del pueblo es la voz de dios”. Si el voto apoya al líder, por qué él no puede desmantelar el Estado de derecho. Nada es más sospechoso que la vocación plebiscitaria disfrazada de democracia directa. La democracia es frágil porque se basa en límites que asumen los propios políticos, aunque estén en la cumbre de la popularidad, incluso si no se los imponen los poderes públicos.

El triunfo de una dictadura significa el fin de la política para quienes no tienen el poder, aunque de hecho hay una política posible para los perdedores que no es otra que la resistencia, como bien se ha demostrado a lo largo de estos últimos cien años de autoritarismos fundados en grandes causas. No obstante, la resistencia ya no cuenta con los recursos de la política democrática, sino con su propia organización. Su debilidad aumenta si la dictadura tiene a sus víctimas en estado de necesidad. Mientras más horas se inviertan en la obtención de medicinas, alimentos o agua, mejor. La dictadura perfecta tal vez no sea la que parece democracia, sino la que reina sobre las ruinas, pues así no hay fuerzas para oponerse. Las dictaduras triunfan cuando ya la población se arrodilla y pide un poco de gasolina o comida sin que importe nada más, como está ocurriendo en Venezuela.

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Martha Argerich, siempre – Literal Magazine

Supongo que tenía 15 o 16 años cuando descubrí el Concierto para piano n.º 3 en do mayor, Op. 26, de Sergei Prokofiev. Hace unas cuatro décadas el pianista cubano Horacio Gutiérrez lo interpretó con la Sinfónica de Venezuela en el Aula Magna de la Universidad Central, la que se convertiría en mi casa de estudios y lugar de carrera académica. Después, la desaparecida Emisora Cultural de Caracas, 97.7 FM, lo transmitió en su habitual cita nocturna de los martes. No podía creer lo que oía, lo recuerdo con un estremecimiento agudo de felicidad y sorpresa. Pude grabar un fragmento del último movimiento, que por cierto terminó con una ovación tremenda, muy merecida porque Gutiérrez (Cuba, 1948), hoy  dedicado a la docencia, ha sido un gran pianista. Con las impaciencias juveniles del caso quería el concierto a toda costa y lo obtuve. Tocado, además, por una mujer, importante detalle para una muchacha que quería un destino nada convencional, aspiración que cumplí por cierto.Para mi bolsillo de estudiante los costos de los discos de la Deutsche Grammophon eran altos y entraban en la categoría de especialisimos gustos.  Su inconfundible franja de color amarillo, en la que se destacaba por contraste la información sobre la música grabada, es símbolo de calidad absoluta a los ojos de los amantes de la música académica.  A mis manos llegó vía regalo materno la versión de la pianista argentina Martha Argerich (1941) con la  Berliner Philharmoniker dirigida por  Claudio Abbado; se trataba del muy alabado y premiado  disco “Prokofiev: Piano Concerto No.3 / Ravel: Piano Concerto in G major”. La Gisela que vivía en la fea parroquia (colonia se diría en en México) de Santa Rosalía, Caracas, y estudiaba en un liceo modesto  tenía en sus manos un disco multipremiado. Destacaba la portada, con una hermosa Martha Argerich (1941) sentada frente  a un piano de cola y  acompañada de un cigarrillo en la mano derecha, mientras ella y el inmenso Claudio Abbado intercambian miradas absolutamente concentradas, un momento de intimidad creativa y técnica que fue captado por un fotógrafo de ojo agudo, en un bello formato en blanco y negro.¿Cuántas veces habré escuchado ese disco hasta que los límites del formato en vinil impusieron su abandono? Cuántas ensoñaciones juveniles y horas de estudio y trabajo no acompañó Prokofiev, que se vería luego complementado -sustituido jamás-  por la versión de Argerich de los Preludios de Chopin y por la maravillosa versión de la Kreisleriana, de Robert Shumann, por no hablar de su Tchaikovsky y su Concierto para piano y orquesta n.1, de Chopin. Mis amistades amantes como yo del piano solían compararla con Maurizio Pollini, además de con sus compatriotas Bruno Gelber y Daniel Barenboin, a quienes tuve la fortuna de escuchar personalmente.  Mi compañera de estudios de Letras y posteriormente colega en la universidad,  la escritora y editora de poesía Marina Gasparini, prefería a Pollini y nadie ni nada conmueve hoy su devoción por  Grigori Sokolov, un coloso. Yo amaba el sonido “Argerich” y hasta su vida personal me parecían parte de una existencia plena de libertad (asuntos de jovenzuela, qué duda cabe). Salté de alegría cuando por el canal del Estado Venezolana de Televisión, en el marco de un programa de televisión del pianista, compositor y director André Previn, Argerich, serísima y contenida como siempre, tocó el susodicho concierto de Prokofiev.  Ella encarnaba inmaduros sueños juveniles pues es un lugar común entre quienes se dedican a la escritura haber querido ser otra cosa, en mi caso pianista y directora de orquesta. Por fortuna, el deseo no degeneró en neurosis y frustraciones pues mi único talento para la música es escucharla.A principios  de los noventa mi ídolo iba a visitar Venezuela pero el concierto no se concretó. Pasaron Mauricio Pollini e Ivo Pogorelich, lejanos para mis finanzas de entonces, pero a finales de los noventa la televisión por suscripción permitía un lujo como Film & Arts, y disfruté de presentaciones de la artista  en diversos festivales y conciertos. Creo que he oído  toda su música grabada, pero Argerich es mi sonido de Prokofiev y Schumann; verla aunque sea por televisión en salas de conciertos tan distintas como las de la Semana Musical Llao Llao (Bariloche, Argentina), el Berliner Waldbühne (Berlín, Alemania)  o la Sala Pleyel (París, Francia) ha tenido la gracia de la relativa inmediatez. A mediados de la primera década de este siglo, Argerich volvió a fascinarme en plena adultez con su versión del No.1 para piano y orquesta de Prokofiev. Ha sido  imposible olvidar a esta argentina excepcional  aún con la disponibilidad actual  de la gran  literatura pianística en  grabaciones de artistas que van de Alfred Cortot y Maria Grindberg a los hoy treintañeros Daniil Trifonov, Wuja Yang o Katia Batiashvili,  pasando por Clara Haskil, Myna Hess, Arthur Rubinstein, Clifford Curzon, Vladimir Horowitz, Arturo Benedeti Michelangeli, Guimar Novaes, Jorge Bolet, Emil Gilels, Vladimir Ashkenazi, Claudio Arrau, Sviatolaj Richter, Biron Janis,  Lazar Berman, Glenn Gould, Elisabeth Leonskaja, Stephen  Kovacevik, María Joao Pires, Andras Schiff  y mi connacional, la estupenda intérprete y compositora  Gabriela Montero, en cuya carrera profesional Argerich tuvo un rol importante.

En el año 2005 llegué a Barcelona de año sabático con un plan de investigación y muchas ganas de disfrutar la ciudad. El Palau de la Música fue el primer lugar al que acudí luego de dejar las maletas en casa de mis amigas Lorena Bou y Aymara Arreaza, quienes vivían en ese entonces en el Barrio Gótico. El interés se vio premiado con la mejor de las sorpresas: por fin escucharía en vivo a Martha Argerich interpretando música de cámara. Compré de una vez las entradas  para su concierto y también para otra presentación, la del grupo portugués Madredeus. Con la pianista me despediría de Barcelona pues su concierto sería a finales de mayo, justo antes de regresar a Caracas. Del frío de marzo pasamos a finales de mayo a un calor húmedo y a la impresionante niebla que emerge del mar como una advertencia de los dioses. Vestidas para la ocasión, Aymara y Lorena me acompañaron al concierto para encontrarnos con la sorpresa de que había sido suspendido. Nos devolvieron el dinero y nos fuimos a tomar un vino increíble en un bar al que recuerdo maravillosamente recargado y extravagante en decoración, donde por cierto decidí dejar de fumar. Tenía si se quiere el corazón algo roto.

Los  afiches de Martha Argerich adornaron  mi habitación de adolescente, como lo ha hecho   la juventud contemporánea con sus artistas preferidos de todos los géneros musicales. El equivalente actual serían los fondos de pantalla, las portadas de Twitter y de Facebook o la cuenta Instagram. Es una lástima que yo haya carecido de  esa habilidad para mantener las cosas en impecable estado que ostentan otros propietarios de discos de vinil, cuyas virtudes en cuanto a  sonido lo han llevado a convivir con el CD y el Mp3. Incluso en este época de plataformas como Spotify, Prime Music y YouTube, todavía existen cultores del gran sonido que no se han conformado con la inmensa oferta musical disponible en digital. Sin discos de vinil y habiendo  dejado atrás mis CD al emigrar a México, no lamento haber  pasado del LP al CD, a plataformas como Limewire  y luego a YouTube hasta llegar a Spotify. Siempre con Martha Argerich desde luego.

La pandemia cambió las coordenadas de las actividades convencionalmente conocidas como culturales y, desde luego, la música no iba a ser la excepción. El Festival de Verbier, un evento de primera línea con grandes intérpretes  de la música clásica, se ha celebrado este año en versión virtual. Martha Argerich está en la plana estelar del festival a los 79 años de edad. Con una finísima blusa negra adornada con  figuras coloridas, la larga melena de siempre encanecida y su recogimiento habitual  la pianista interpretó a Bach; cerré la puerta de la habitación, me coloqué muy cerca del televisor, sin los anteojos puestos, observando a la pianista en soledad, sin público. Su estado ideal quizás. Ahí estaba yo, sola, en un concierto personalísimo con Martha Argerich al otro lado del mundo. Al terminar, ella salió de la sala, sin aplausos, con un caminar si se quiere  lento.

Ha sido sin duda una larga escucha.

Origen: Martha Argerich, siempre – Literal Magazine

Latinoamericanismo para el siglo XXI | Letras Libres

En los primeros años de este siglo, Jorge Volpi lanzó una idea provocadora, sobre todo para el latinoamericanismo académico cuyo centro neurálgico reside en Estados Unidos: “La literatura latinoamericana ya no existe” 1 . Volpi se refería a que una vez superada la etapa del boom como gran literatura emergente en los años sesenta, las condiciones de creación, producción editorial y recepción de la literatura de cada nación del continente han dificultado el conocimiento y el impacto de los escritores que no pasen por la alcabala de la edición española. De hecho, y en esto no se equivocó, las influencias y proyectos estéticos de escritores y escritoras trascienden y desbordan el marco de las literaturas nacionales o de la literatura en términos regionales. Así, Volpi tomaba distancia del modelo de los grandes del boom, quienes construían sus figuras autorales desde su condición de latinoamericanos y le otorgaban a la narrativa el rol de expresar una visión continental. Después de ellos, tal cosa dejó de ocurrir, por lo menos con el éxito de Fuentes, Vargas Llosa, Cortázar o García Márquez, convertidos velozmente en canon.En 2013 asistí al congreso de la Asociación de Estudios Latinoamericanos (LASA) en Washington, una reunión multitudinaria de latinoamericanistas de diversas disciplinas entre quienes estaba la prestigiosa crítica Jean Franco. Al final de un panel en el que participó, Franco manifestó su desacuerdo con Volpi. ¿Acaso se podía inferir de las afirmaciones de este escritor que América Latina no es más que un conjunto de naciones con dinámicas diferentes? ¿Cuál es entonces el sentido del latinoamericanismo? ¿Se puede sostener como área de estudios? ¿O se trata solo de un proyecto político, social y cultural de izquierda decolonial, postmarxista y postmoderna, asunto al que me referí en un artículo anterior?Por supuesto que no. Si el latinoamericanismo recupera lógicas que le abrieron paso en el pasado, como la diversidad ideológica, y se abre al siglo XXI, puede convertirse en una verdadera tribuna de deliberación democrática. Ya no se trata tanto de partir de ideales del pasado expresados por políticos, militares e intelectuales del siglo XIX y XX, como de sopesar opciones de trabajo conjunto ante el futuro. Los problemas ambientales no pueden resolverse sin grandes acuerdos internacionales, los cuales implican la ciencia y la tecnología en lugar de la idealización de un pasado ancestral no europeo irrecuperable. Igualmente estamos enfrentando la cuarta revolución orientada por la inteligencia artificial, el internet de las cosas, la explosión y recombinación de géneros artísticos y la biotecnología. Nos amenazan los populismos de izquierda y derecha, regresivos y autoritarios, que responden al agotamiento de la democracia liberal en cuanto narrativa movilizadora. Los éxitos de esta en salud, educación, equidad de género e inclusión de la población LGBTIQ pueden comprobarse y compararse con los de los países autoritarios, pero es débil frente a los desafíos que enfrenta. Ahora bien, no pareciera sensato pensar que la política identitaria, una revolución socialista o la simple restauración del Estado de bienestar, construido a la medida de la segunda revolución industrial entre el siglo XIX y XX, resolverán la falta de empleo, la precariedad, la pobreza estructural y la exclusión de cualquier naturaleza. Los debates de las llamadas convencionalmente ciencias sociales y humanidades deben mirar con ojo realista y no militante problemas tan acuciantes en un marco regional.Ciertamente hay que revisar nuestros cánones, lecturas y presupuestos; es innegable, por ejemplo, que lo que hemos llamado desde hace siglos “humanismo” está bajo interrogación y asedio, pero dejarlo a un lado no es suficiente para que emerja lo nuevo.En el caso de los temas que conozco, como la literatura, la crítica y las políticas culturales –además del feminismo y de los estudios sobre lesbianismo y representación–, se enfrentan asuntos urgentes. El primero se relaciona con dar entrada a visiones de todos los sectores políticos dispuestos a debatir desde el conocimiento y no desde la pura implicación ideológica. Hablar, por ejemplo, de “globalización neoliberal” no pasa de una generalización que no responde a la variedad de la región. No es cierto que la globalización actúa en todos los países de la misma manera; por ejemplo, Venezuela vive una situación muy diferente a Uruguay, México o Costa Rica.Otro tema clave es qué significa en el siglo XXI la libertad de expresión, creación y pensamiento; la apertura a registros culturales tan diversos que incluyen desde performances hasta artes plásticas, pasando por la música, los audiovisuales y por las literaturas emergentes y periféricas, amplía nuestras opciones. No obstante, tal riqueza requiere de abordajes críticos que trascienden la definición ideológica y abre espacio a pensar en los límites de la apropiación cultural en una época de sensibilidades muy despiertas respecto al tema de la representación.

Me parece fascinante, por ejemplo, cómo las representaciones de las relaciones sexoafectivas entre mujeres se han multiplicado, pero medirlas solamente con el rasero de la corrección política olvida el funcionamiento de la cultura en tanto complejidad irreductible a la pura dominación patriarcal y heteronormativa.

Asimismo, la lectura del pasado en términos exclusivos de una acumulación de pecados políticos es anacrónica y antihistórica. Sin ese pasado no existirían las llamadas ciencias sociales y humanidades, por no hablar de la literatura y el arte. Otro punto nodal es el de la existencia de las redes sociales, que propician nuevas formas de recepción y vinculación cultural, por no hablar de las plataformas de contenido, la digitalización en masa de las más diversas manifestaciones simbólicas y, desde luego, la piratería, todo lo cual ha abierto lugares a lenguajes estéticos híbridos y a canales distintos de circulación. En el caso concreto del mundo de la escritura literaria, el profesorado, la crítica y el público lector disponen del libro impreso y digital en librerías, plataformas de venta por internet y plataformas de lectura que funcionan como inmensas bibliotecas digitales. La maravillosa presencia de mujeres narradoras hispanoamericanas –que se reconocen entre sí, por cierto–se relaciona con que la tecnología permite superar barreras editoriales como las que señaló, con justicia, Jorge Volpi.

Tanta variedad requiere ojo y curaduría, como se llama hoy escoger entre el mar de materiales disponibles en el mundo digital y el mundo físico; es decir, requiere de crítica y de una mirada múltiple y abarcante. Temas como la raza, el género, la orientación sexual y la clase forman ciertamente parte del amplio abanico de la vida política, social y cultural actual, pero el análisis de su entramado con las prácticas simbólicas no se resuelve con la alabanza, la denuncia o la abierta censura. El marco regional del latinoamericanismo posibilita la polifonía crítica necesaria para el mundo que vivimos, siempre y cuando la ceguera ideológica y la pobreza metodológica no se impongan como el catecismo de un culto compartido en tantas facultades de ciencias sociales y humanidades del hemisferio.

 

El latinoamericanismo como política antidemocrática | Letras Libres

Frente a la hegemonía de la expresión académica de la izquierda radical en el latinoamericanismo, cabe preguntar si puede haber una latinoamericanista que prefiera a Norberto Bobbio y no a Marx.

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No tiene fin el sonido de la vida – Literal Magazine

 

Entre mis vecinos del edificio donde vivo solo mi apartamento mantiene las ventanas y las cortinas abiertas durante el día pues necesito un fragmento de cielo mientras escribo. Mi intimidad de escritora se reduce al silencio y si mi vecino adolescente me observa detrás de sus cortinas corridas no violenta ningún secreto. Debe ser bastante monótona, si es que le ha prestado alguna atención, la imagen de una mujer madura que se pasa buena parte del día frente a un pequeño escritorio y una laptop. Es un adolescente gracioso que imita con fina y burlesca afinación las voces de los cantantes que escucha a volumen muy sensato y, desde luego, hace lo mismo con la música con que los vecinos tratan de animar el obligado encierro. Su modo de hablar, que no su figura siempre oculta a mi vista, me revela su probable edad. Su familia combina temporadas en el apartamento con temporadas en otro lugar; me doy cuenta de cuándo regresa al oír su voz, poco discreta en comparación con las de mis otros vecinos. Suele hacer divertidos comentarios sobre la infinita cantidad de tarea que por lo visto tiene que enfrentar a raíz de la cuarentena:—Ojalá a los maestros le lleguen tareas con virus y les explote la computadora —comentó hace un rato y lanzó un largo silbido que no convenció a la madre ni la conmovió en su firme petición disciplinaria.

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¡Hasta cuándo Marx! | Letras Libres

La crítica cultural marxista sigue siendo influyente, tal como se evidencia en el protagonismo de la noción de ideología, en especial en su sentido de falsa conciencia. El proletariado permanece cegado ante la realidad de la dominación capitalista no sólo a través de la fuerza sino de ideas, valores y creencias que presentan como “natural” un orden social dado. Es de una arrogancia única calificar de “falsa conciencia” prácticas tan diversas como la religión, el derecho, la moral o la filosofía, pero para el marxismo las prácticas simbólicas y de organización más acrisoladas de la sociedad pueden ser aviesas justificaciones de la explotación del hombre por el hombre.

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Luto vene-xicano: dos cuarentenas – Literal Magazine

LUTO VENE-XICANO: DOS CUARENTENASGISELA KOZAKNo murió mi madre de coronavirus sino de los efectos de una de las aparatosas caídas que suelen causar el deceso de los casi nonagenarios, sobre todo si son amantes de las hamacas y chinchorros. Con su gran sentido del humor estoy segura de que mamá diría que Dios se la llevó del chinchorro al paraíso terrenal, pero los días anteriores a su deceso poco tienen que ver con el talento criollo para el regocijo pues atestiguan el eterno inconveniente que significa vivir en Venezuela. Solo mediante conocidos y contactos médicos se logró ingresarla en un hospital y hubo hasta que apelar directamente al presidente de una empresa de ambulancias para el traslado. Incluso, la rechazaron en una clínica por desinformación, torpeza y turbiedades burocráticas. Con una mezcla de ira y tristeza constaté, una vez más, el envilecimiento de la existencia en mi país, la impotencia apenas enfrentable con dólares y privilegios.Solo una de mis hermanas en Caracas pudo estar con mamá durante el par de semanas transcurridas entre su caída y su deceso pues la revolución bolivariana ha aprovechado la pandemia para apretar un dispositivo de control poblacional digno de Corea del Norte y solo se podía circular por la ciudad con salvoconducto entre municipios o, como se dice en México, entre delegaciones. Hay una extendida escasez de gasolina, apenas funciona el transporte público y los “datos” ofrecidos por la tiranía madurista no son tales sino obvias manipulaciones ideológicas. En definitiva, en un país en el que la disponibilidad de agua potable es tan baja y la gente que mejor vive y cuenta con tanques de almacenamiento dispone de agua corriente una vez cada semana o cada quince días, semejante cuarentena posee un aire siniestramente bufo. Lavarse las manos cuesta trabajo, por decirlo del modo más sencillo.

Origen: Luto vene-xicano: dos cuarentenas – Literal Magazine

Perplejidades de una venezolana – Literal Magazine

Revertir tantos abusos, ignorancia y estupidez que se han naturalizado será tan difícil como convencer a tantos y tantos venezolanos de que estudiar, trabajar, pagar impuestos, emprender y tener conciencia de la ley tiene sentido. No hay que olvidar que también hay “okupas” en la oposición, ignorantes empoderados, gente capaz de presentar un plan nacional para rescatar a Venezuela y ponerse a llorar en público, esa odiosa cursilería estupefaciente que ha desplazado a la razón y al conocimiento.

Origen: Perplejidades de una venezolana – Literal Magazine

Dos Beethoven, una memoria – Literal Magazine

Estoy en la Arena Ciudad de México, en el último nivel  –una sección que causa vértigo, tal como indica la joven que maneja el elevador–, a la espera de la interpretación de la Novena de Beethoven. Cumplimos los rituales de información y foto en redes sociales, comentarios de amistades y un video […]

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