Si en algo ha tenido éxito la revolución es en el fomento de las lealtades automáticas y en el temor que se le guarda a los alcances que ha tenido en el electorado la fiesta populista del difunto Hugo Chávez. Como no soy política me doy el lujo de decir lo que pienso sin ambages: me pregunto si es justo para quienes pertenecemos a ese variopinto colectivo que se identifica como oposición el silencio y los titubeos de nuestros más conspicuos voceros respecto a las medidas económicas a tomar.
Estamos viendo al país y a las personas que nos importan vivir en medio de una pobreza creciente que solamente distinguirá entre tres sectores: rojos enchufados, millonarios de cuna con negocios afuera y el resto de la población más o menos arruinada o más o menos subsidiada. Semejante situación estimula la emigración a toda costa o la desesperanza a la cubana, esa desazón causada porque no hay futuro ni proyecto sostenible en el tiempo.
Nuestros líderes no pueden pedirnos que aguantemos hasta el 2019 si no tenemos una victoria parlamentaria, o un revocatorio y, por sobre todo, una idea clara de cómo saldremos del atolladero.
Es deprimente que cuando se habla de la gasolina, los controles de precios y de cambio, la monstruosa burocracia estatal, empiecen, por ejemplo, Julio Borges o Henrique Capriles Radonski a titubear. No importa que tengan buenos economistas de asesores. No. ¿O es que acaso creen que si ganan las elecciones podrán hacer lo que se les ocurra con el chavismo de oposición y una población gigantesca convencida de que le toca su chorrito de petróleo? Un líder de verdad convence a la gente de que subsidiar la gasolina es regalarle dinero a quienes más tienen; un líder de verdad explica lo que significan los controles, la necesidad de desmontarlos, cómo se hará y los mecanismos para favorecer el poder adquisitivo. Es capaz de decirle a los descontentos del chavismo que el estatismo no es el camino sino la causa de nuestros males. Un líder en suma no es un pusilánime que tartajea porque cree que va a perder un voto.
Rómulo Betancourt o Nelson Mandela fueron estadistas de altísima talla porque vincularon los grandes temas con la vida concreta de la gente; no fueron santos ni solamente «hombres que aman a su pueblo» sino estrategas capaces de torcer los rumbos de la violencia y el personalismo a despecho a veces de sus propios seguidores.
Sería magnífico que Chúo Torrealba en su condición de coordinador de la MUD dijera el 23 de enero el programa mínimo que necesitamos. No puede ser que si el gobierno habla de aumentar la gasolina o de unificación cambiaria corramos a hablar de «paquetazo», como algunos comecandela rojos que llaman a Maduro neoliberal.
Si en un hipotético gobierno opositor vamos a seguir en lo mismo por miedo al electorado chavista, definitivamente hay que ir mirando hacia otros países aunque no tengamos deseos de irnos porque seguir así no es vida, sobre todo para la gente joven.
Hablemos claro.
excelente, así debe ser. Decir claramente lo que se debe hacer para beneficio del país.
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