TalCualDigital.com: El César y Dios

Todo verdadero cristiano tiene que ser chavista: la extrema izquierda evangélica que nos gobierna tiene como política la confiscación hasta el punto de que quiere apropiarse de la promesa de la vida eterna. Al césar lo que es del césar y a dios lo que es de dios, frase atribuida a Jesucristo, puede tener muchas lecturas, una de las cuales es la separación de la Iglesia y el Estado.En todo caso, oír a Diosdado Cabello, que nos odia de un modo tan ferozmente terrenal, asociar el llamado al amor y los milagros descritos en el Nuevo Testamento con el chavismo nos habla de la configuración peculiar del populismo a la roja y de su proyecto: promesas para la otra vida porque para esta vida lo que hay es colas, represión, conflicto y ruina.

El tiempo de dios es perfecto: ciertamente 16 años no significan gran cosa en cuanto a la historia de un país con siglos en su haber. Incluso si le agregamos los años tensos y tristes entre 1989 y 1998 al período de nacimiento y auge de la revolución bolivariana (19992013), el resultado no varía: un cuarto de siglo es apenas un cuarto de siglo, pero constituye más o menos la tercera parte de la vida de una persona. En el caso de mi generación de los años de la vida adulta. El tiempo de dios es perfecto, el nuestro no. El gobernador Capriles, quien ganó siete millones de votos, debería conservarlos.Bien su llamado a la unidad pero fatal su silencio a torno a temas claves de economía. No basta decir que hay que producir. Diga la verdad o seguramente será presidente de Venezuela a la Belaúnde Terry en Perú: no desmontó el populismo a la roja de Velasco Alvarado por miedo y terminó de hundir al Perú para entregárselo al primer nefasto gobierno de Alan García y, finalmente, a la dictadura de Fujimori.

El monumento a la Divina Pastora será el más grande del mundo: seguramente la Pastora preferiría que ciertos recursos económicos sirvieran para obras como escuelas, ambulatorios, en fin. Y un gran detalle: en un país con libertad de cultos, evangélicos, santeros, anglicanos y musulmanes podrían pedir apoyo para la construcción de sus templos.Todos somos iguales ante la ley. Henri Falcón tiene un buen discurso, mejor que el de Capriles, pero sus asesores no lo ayudan: parecía disfrazado el día de la procesión de la Divina Pastora y su «progresismo» no termina de despegar del asistencialismo. Con ser exchavista y exmilitar basta para tener reservas y la imagen que presenta es dudosa. Por cierto, opositores devotos, pensar que La Divina Pastora es capaz de partir un pendón con la foto de Chávez en dos en medio de la procesión que la honra olvida que ella ama a sus hijos chavistas también.

Dios proveerá: Nikolai Madurovich Revoluchenko merece el comentario más corto: la Chinita castigó a los chavistas por burlarse de la falta de sapiencia de Manuel Rosales. No es que no ame a sus hijos rojos; es que una virgen tan arraigada en Maracaibo no puede más que tener un humor divino.

Chávez es Dios y Maduro su profeta: apocalipsis ahora.

TalCualDigital.com: El César y Dios.

El Salmón – Revista de Poesía: Duerme usted, señor presidente?

 ¿DUERME USTED, SEÑOR PRESIDENTE?

Si en vez de dormir

_____bailara tango

_______________con sus ministros

_____y sus jefes de amor

nosotros podríamos

oir

___de noche en noche

su taconeo

de archiduque

o duquesa.

Podríamos reír

sólo de verle,

ridículo como es,

esperar los aplausos

de toda la gendarmería

frenética.

Claro que uno está cansado

y quiere un poco de diversión

_____monstruosa,

como ésta

_____de verle

con la lira en el cuello

_____colgada,

como un romano

o como una romana

ciega de absurdas creencias geniales.

Si en vez de prometer

el descubrimiento de la piedra

______________________filosofal

que ha de producir pan

_________________y billetes de veinte

se dedicara,

por lo soberbio que es,

a vender patatas podridas

o maíz rancio,

los indios de esta nación

le llamarían

______Cacique Ojo de Perla.

 

Si en vez de llorar

te murieses un día de estos,

_______como una puerca elegante con sus grasas

importadas del Norte,

nosotros,

que estamos cansados

______________de tanta estúpida confesión,

pondríamos a bailar las piedras

y los árboles darían frutos manufacturados.

 

_____Con tu vieja y putrefacta osamenta,

alimento de ratas,

llenaremos un solo lugar de esta tierra

y la llamaremos

____________la Cueva Maldita

y será proscrita de ver

y de acercarse a ella

por temor a despertar tus histéricas

_______________________ternuras.

 

Te llaman

José el de los sueños,

el de las vacas sagradas,

el dueño de las vacas más flacas

______y

Presidente de la «Sociedad Condal del Sueño».

Tus amigos te llaman

_______________Barbitúrico.

 

¿Hasta cuándo duerme usted, señor Presidente?

 

Si adora la vaca,

____________¡duerme!

Si al becerro adora,

____________¡duerme!

Y si el General le da su almuerzo,

duerme como una lirona

o le da una pataleta de sueño.

 

Cara de Barro,

Ojo para ver las Serpientes

_____________________y llamarlas,

Ojo para hacer compañía

y quemarte

con el humilde Kerosene,

Ojo para tenerse a mi servicio

como mozo de alcoba

_______________barato.

 

¿Duerme usted, señor Presidente?

_______Le pregunto por ser joven apuesto

_______y no como usted, señor de la siesta.

 

 

Ojo de barro y Water de Urgencia.

 De: Caupolicán Ovalles

El Salmón – Revista de Poesía: Duerme usted, señor presidente?.

Revolución Bolivariana: políticas culturales en la Venezuela Socialista de Hugo Chávez (1999-2013) | Kozak Rovero | Cuadernos de Literatura

Revolución Bolivariana: políticas culturales en la Venezuela Socialista de Hugo Chávez (1999-2013) | Kozak Rovero | Cuadernos de Literatura.

TalCualDigital.com: Líder, hable de economía

Si en algo ha tenido éxito la revolución es en el fomento de las lealtades automáticas y en el temor que se le guarda a los alcances que ha tenido en el electorado la fiesta populista del difunto Hugo Chávez. Como no soy política me doy el lujo de decir lo que pienso sin ambages: me pregunto si es justo para quienes pertenecemos a ese variopinto colectivo que se identifica como oposición el silencio y los titubeos de nuestros más conspicuos voceros respecto a las medidas económicas a tomar.

Estamos viendo al país y a las personas que nos importan vivir en medio de una pobreza creciente que solamente distinguirá entre tres sectores: rojos enchufados, millonarios de cuna con negocios afuera y el resto de la población más o menos arruinada o más o menos subsidiada. Semejante situación estimula la emigración a toda costa o la desesperanza a la cubana, esa desazón causada porque no hay futuro ni proyecto sostenible en el tiempo.

Nuestros líderes no pueden pedirnos que aguantemos hasta el 2019 si no tenemos una victoria parlamentaria, o un revocatorio y, por sobre todo, una idea clara de cómo saldremos del atolladero.

Es deprimente que cuando se habla de la gasolina, los controles de precios y de cambio, la monstruosa burocracia estatal, empiecen, por ejemplo, Julio Borges o Henrique Capriles Radonski a titubear. No importa que tengan buenos economistas de asesores. No. ¿O es que acaso creen que si ganan las elecciones podrán hacer lo que se les ocurra con el chavismo de oposición y una población gigantesca convencida de que le toca su chorrito de petróleo? Un líder de verdad convence a la gente de que subsidiar la gasolina es regalarle dinero a quienes más tienen; un líder de verdad explica lo que significan los controles, la necesidad de desmontarlos, cómo se hará y los mecanismos para favorecer el poder adquisitivo. Es capaz de decirle a los descontentos del chavismo que el estatismo no es el camino sino la causa de nuestros males. Un líder en suma no es un pusilánime que tartajea porque cree que va a perder un voto.

Rómulo Betancourt o Nelson Mandela fueron estadistas de altísima talla porque vincularon los grandes temas con la vida concreta de la gente; no fueron santos ni solamente «hombres que aman a su pueblo» sino estrategas capaces de torcer los rumbos de la violencia y el personalismo a despecho a veces de sus propios seguidores.

Sería magnífico que Chúo Torrealba en su condición de coordinador de la MUD dijera el 23 de enero el programa mínimo que necesitamos. No puede ser que si el gobierno habla de aumentar la gasolina o de unificación cambiaria corramos a hablar de «paquetazo», como algunos comecandela rojos que llaman a Maduro neoliberal.

Si en un hipotético gobierno opositor vamos a seguir en lo mismo por miedo al electorado chavista, definitivamente hay que ir mirando hacia otros países aunque no tengamos deseos de irnos porque seguir así no es vida, sobre todo para la gente joven.

Hablemos claro.

 

TalCualDigital.com: Líder, hable de economía.

Lecturas para distintos tipos de cola: una lista de libros.

izquierda No hay cola para leer pero se puede leer en la cola. Si no eres de los que chismea y echa pestes en la cola o ya te cansaste de hacerlo, puedes leer. Recomiendo:

1.Para los que hacen la cola para la harina Pan casi gratis y el kg. de pollo a 43Bs.:Guerra y Paz, de Tolstoi (novela).800 páginas apenas…

2. Cola para pañales: Oliver Twist (novela), de Charles Dickens, para condolerse de la infancia.

3.Cola para toallas sanitarias y pastillas anticonceptivas: La escribana del viento (novela), de Ana Teresa Torres; ser mujer puede ser difícil aunque entretenido desde que este país comenzó. Premio de la Crítica 2013.

4.Cola para cualquier cosa: Dinero fácil, de Hensli Rahn (cuento); Maneras de irse, de Ricardo Ramírez (poesía); Los tiempos cambian (ensayo), de Luis Ugueto, libro que combina sexo, chisme, drogas y alcohol.

5. Cola  para carne regulada: Rebelión en la granja y 1984, de George Orwell. Pueden resumírselas a sus camaradas de cola.

6.Colas con gente que empieza a arrecharse: lean en voz alta fragmentos escogidos de los Orígenes del totalitarismo (ensayo), de Hannah Arendt, para que cunda el pánico y baje la calentera.

7. Cola de gente serena, equilibrada, digna, que pone cara de leve humillación y esperan para comprar desodorante: Civiles, de Rafael Arráiz Lucca, para recordar que no todo ha sido un desastre y empezar a llorar por lo que pudo haber sido y no fue. Esto puede ocurrir también con El pasajero de Truman, la novela de Francisco Suniaga.

8. Colas para papel toalé: Los cuentos de terror de Edgar Alan Poe son perfectos y también La sayona y otros cuentos de espantos, de Mercedes Franco.

9. Colas con chavistas que juran que hay guerra económica: a los camaradas rojos les recomiendo cuentos de hadas en las versiones edulcoradas de Disney para que sus almas cándidas no sufran impresiones desagradables.

10. Y para lectores previsores: Los siete tomos de En busca del tiempo perdido (novela), de Marcel Proust. Les rendirá para una cola diaria los 365 días del año.

Vuelta a la patria, por Gisela Kozak Rovero

Vuelta a la patria

¿Qué habrá pasado durante la mañana de su cumpleaños? Quizás ella terminó su primera vuelta por el Parque Los Caobos y observó de reojo a los hombres jóvenes que hacían ejercicios y levantaban pesas artesanales con extremos hechos de cemento. Suspiró por sus músculos y sus pechos velludos y sudorosos y sintió un deseo de hombre muy joven, un apetito fugaz que cesó al recordar a su marido, economista, quien no pudo acompañarla a su pasantía profesional en Venezuela. Acto seguido pensó en su amante, un sociólogo que le ha aminorado sus nostalgias de mujer extranjera porque ha estado con frecuencia en su cama y ha compartido su sorpresa ante cada detalle novedoso de la vida en Caracas. Le gustaría estar con su esposo y sus dos hijos, pero ella siempre ha sabido que no se tiene todo lo que se desea. Eran las nueve de la mañana de un día domingo de 2006, un día domingo de calles solitarias, tristes y sucias. Poco después de pasar el añejo y rústico gimnasio, vio a un corredor de unos treinta años que le lanzó un beso y un «hola» sin detenerse y con voz firme de barítono, demostrando así sus excelentes pulmones de felino entrenado. Sonrió. Este país tiene su gracia, dura la vida, duro el trabajo, pero hasta ciertos lujos son posibles: un libro, un antojo para comer, una pintura de labios, un piropo de hombre en sazón. Se sentía bien, caminaba velozmente y con respiración acompasada, mientras un perro negro habitante del parque, al que a veces le había dado una palmada en el lomo y algún resto de comida, la seguía trotando con suavidad hasta que se encontró con otros perros y la dejó sola.

Saludó con la mano a un conocido, sentado cerca de una enorme carpa destinada a la ayuda de indigentes. Repasó la rutina de trabajo que le tocaba la semana entrante. Seguramente carecería de alteraciones y estaría acompañada de sus paseos por el parque, las invitaciones de su amante, la asistencia a monótonos actos públicos y la curiosidad nunca saciada ante los contrastes de Caracas y las actitudes de la gente. Su mente fue asaltada por miradas suspicaces, frases de ambiguo sentido, ironías, súplicas, desesperaciones, desprecios, sonrisas y amabilidades de sus pacientes en el ambulatorio, de la gente de su vecindario o de los mesoneros y vendedoras de las tiendas. Sacudió la cabeza e intentó concentrarse en detalles como que la avenida paralela al Parque Los Caobos, que lo separa del río Guaire, estaba dispuesta ese domingo exclusivamente para ciclistas. Observó la velocidad, la concentración, las formidables piernas de los deportistas con ojo conocedor. Siempre le había encantado el ciclismo pero en la vida no hay tiempo para todo. Disfrutaba de los árboles, el silencio y la brisa. ¿Dónde estará el corredor que la piropeó? ¿Se fue para su casa? ¿Lo esperará una joven esposa? ¿Su amante seguirá dormido? ¿Cuál será la sorpresa que él le dará por su cumpleaños? ¿Una invitación a una de esas tascas de La Candelaria que le recordaban a él sus padres gallegos y sus largos años de estadía en España?

Al comenzar su tercera vuelta por el parque, pensó en que, a diferencia de ella, él se instaló en Venezuela hace un par de años por propia y libre voluntad, y siempre han conversado, a veces hasta acalorarse, acerca de las razones distintas de sus respectivas estadías. Él, hijo de gallegos que habían emigrado a Venezuela en los años cincuenta del siglo pasado, se marchó a España en 1989 y regresó a Caracas atraído por las novedades políticas de los últimos años; ella estaba en el país por tiempo determinado y por su profesión. Otro tema frecuente: sus respectivas familias radicadas lejos. De hecho, fue el asunto que en una tarde de un domingo ardiente y ruidoso abrió una conversación que comenzó con la sensación liberadora y eufórica de las tres primeras cervezas, continuó con el intercambio de nostalgias, se desbarrancó por el lado de los nada originales comentarios acerca de las dulzuras y amarguras de la rutina matrimonial y terminó en una cama de sábanas revueltas, en el único cuarto del apartamento de ella en un antiguo bloque de viviendas en San Agustín del Sur. El olor de las cocinas de querosén o de gas, mezclado con el de las aguas negras y la basura, llegaba a la habitación en breves ráfagas diluidas por la costumbre de su presencia y la obsesiva manía de pulcritud de ella, afecta a los productos de limpieza con una pasión objeto de las burlas entre picantes y compasivas de su amante. Regresó al presente de su paseo matinal y su mente voló a otro tema: ¿y mi marido? Seguro tendrá a alguna mujer por allá… O eso quiso creer ella para no sentirse culpable.

Al final de la tercera vuelta, quizás se detuvo, cansada y sudorosa, tomó agua de una botella que traía en el koala y se dejó refrescar por la brisa. Caminó lentamente hacia la fuente sin agua del parque y la observó con detenimiento: hombres y mujeres colosales, una alegoría de Venezuela según la información de los carteles circundantes. Aunque ha caminado y trotado con frecuencia en el Parque los Caobos, nunca ha entendido ciertas cosas. Por ejemplo, el deterioro de las obras de arte perdidas entre estanques secos, hojarasca, polvo y matorrales o la presencia de hombres y mujeres con escobas casi artesanales mientras unos camioncitos último modelo, impecablemente blancos y con cepillos para limpiar calles, permanecen inactivos. Pensó de nuevo en los ciclistas. Su primer amante era ciclista de competencia, pero después de tres años de pasiones sudorosas en el mínimo cuarto en el que se encontraban los fines de semana, él se empeñó en irse lejos y ella se negó indignada a acompañarlo. La relación se enturbió hasta languidecer en medio del silencio, el dolor y la cólera. Al final, su ciclista se fue a pedalear calles de otros países. Con el paso del tiempo había terminado por entender sus motivos, pero, a diferencia de él, era apegada a su ciudad y sólo por su trabajo salió de ella.

De haber podido escoger estaría en su país, pero… Caracas, ciudad simpática y extraña. Nunca en el resto de su existencia la olvidaría pues en ella volvió a ver a su hijo menor tras seis años de separación. Lloraron a mares, bebieron, comieron, pelearon, fueron felices, se ocultaron de los compatriotas por quizás inútil prevención. Su amante —presentado al hijo como un gran amigo— la animó y la ayudó, medió entre ella y el joven, lo regañó por no entender a su hermano mayor y a sus padres, pegados a su terruño como si fuese su piel. Tras un mes, regresó a México y el dolor de la despedida le agrió la vida a su madre. Llamaba desesperada a su esposo por teléfono, tomaba pastillas para calmarse, hablaba con su amante largas horas, hasta que al cabo de diez días decidió que bastaba de histerias maternas. Se entregó a su trabajo con tesón y a él con entusiasmo.

Se acostó en un banco del parque. Aspiró y expelió el aire varias veces hasta que los recuerdos familiares huyeron. Decidió hacer estiramientos. Mientras los hacía recordó repentinamente al ser que más le había llamado la atención durante sus diez meses de estadía en Caracas. A su consultorio en San Agustín del Sur llegó un hombre de mediana estatura, rechoncho, con un bigote lacio, largo y descuidado que le desbordaba la comisura de sus labios gruesos. Vestía una braga azul de mecánico no muy limpia y hablaba con un acento que no pudo identificar. Traía a una mujer herida que había recogido en la madrugada cerca de un basurero de La Vega. Atendió la herida en la cara de la mujer con los escasos medios disponibles, le preguntó quién y por qué sin obtener información, secó sus mocos y sus lágrimas y le quitó lo mejor que pudo los restos de rímel y sombra de ojos que le verdeaban los párpados y las mejillas. Le encargó al hombre que llevara a la mujer a un hospital. Al salir del ambulatorio a despedirlos se topó con una visión de pesadilla: un camión en el que cabezas de muñecas, semejantes a despojos de ejecutadas, guindaban con cadenas de los tubos horizontales de la parte trasera del vehículo o estaban colocadas en los extremos superiores de los tubos verticales. El hombre, ante su boca abierta, indicó que su trabajo consistía en recoger, entre otros objetos, muñecas rotas en los basureros para repararlas y venderlas. Dios mío, pensó, si se le regala a una niña una muñeca de esas se morirá del susto y ahogada en llanto. Sonrió mientras se levantaba del banco y decidió continuar su paseo por el parque de manera relajada y tranquila, a pesar del recuerdo inquietante. Observó al azar a los pocos transeúntes hasta detenerse en un joven con un inmenso lunar en el antebrazo derecho. Ella lo observó con atención profesional pero él le dedicó una mirada de ojos enrojecidos y despectivos que le recordó la edad que cumplía ese día de modo desagradable. Caminó hacia la salida de Los Caobos rumbo a la Plaza de los Museos y vio de lejos otra vez al muchacho, quien en un acto de esplendor viril saltó la alta verja del parque con elegante agilidad de gato y se dirigió hacia el río Guaire.

Al pasar por San Agustín del Norte, se detuvo a comprar unas cosas en un abasto. Adquirió una de esas bebidas especiales para deportistas y se puso a contemplar los edificios de Parque Central: nunca han dejado de asombrarla. Demasiado imponentes, hoscos, unos inmensos barrios verticales fascinantes y ásperos. Desde su modesto apartamento ha mirado con frecuencia hacia Parque Central y hacia el Ávila, como suelen llamar los caraqueños a su cordillera. Ha sentido siempre admiración ante su belleza y cierto nerviosismo por su presencia. Mujer de urbe marina, manifestaba por el valle de Caracas un sentimiento de agrado y angustia. Placer y angustia: ¿qué será de la vida de aquel diputado que hace ya tanto tiempo no se cansó de asediarla hasta hacerla vacilar entre su marido, sus hijos y él? Era tan arrogante, tan peligrosamente convencido de que tenía la verdad del mundo en la mano, tan atractivo. Terminó la bebida energizante en pocos tragos. Otro de mis hombres, dijo en voz baja mientras abría un contenedor de basura grande de color verde presionando con el pie la barra colocada en su parte delantera inferior. Arrojó el envase de la bebida en el contenedor y casi se desmayó cuando un indigente saltó desde dentro de éste y le dijo, ¡cuidado me mojas, carajo! Caminó despavorida hacia la pasarela que atraviesa la autopista Francisco Fajardo y conecta San Agustín del Norte con San Agustín del Sur. Se detuvo repentinamente y se echó reír: ¡pero qué cosas se viven en Caracas!

Quizás se entristeció ante el hecho de que no había conocido otras ciudades aparte de Caracas y las de su país. Caracas, tan distinta a su ciudad natal en clima, tamaño y vida, tan parecida en su deterioro, en su gente arracimada por gozadera, por necesidad, por trabajo, por mala leche. ¿La habría visitado por razones no laborales? Sintió melancolía pues su vida hubiese podido ser otra cosa y entonces tuvo un acceso de temor ante la rotunda certeza de sus cincuenta y cinco años. ¿Se acercaba tal vez la época de su último hombre? ¿Quién sería? ¿Su esposo, su amante, otro? Subió las escaleras de la pasarela y al comenzar a cruzarla disfrutó de las ráfagas de viento a pesar de los olores de la empobrecida y contaminada Caracas; caminó ensimismada sin percatarse de que a alguna distancia venía un muchacho corriendo hacia ella. No sabía nada sobre él, aparte de que tenía un lunar en el antebrazo derecho. Se notaba desesperado e iracundo, era joven y fibroso, parecía un relámpago de testosterona embutido en una camiseta vieja y un jean desteñido, estaba drogado hasta el alma con bazuco. Su nombre era nadie y su lugar ninguna parte. Qué lejos están mi tierra, mi casa y mi gente pensaste tal vez cuando el último hombre de tu vida —veinte años y diez muertos en su haber— te dejó rodando por las escaleras de la pasarela después de clavarte una puñalada cuyo único motivo me lo contaron los policías que lo detuvieron: «¡Estaba arrecho, pana, estaba arrecho y drogado, la banda del Chuqui me estaba persiguiendo y la vieja se me puso en el medio!» El hombre de las muñecas decapitadas te recogió ya muerta y acompañó a la policía a llevarte a la morgue de Bello Monte una vez que algún médico certificó tu defunción. Y yo un par de días después, tomé tu libreta de teléfonos, llamé a tu marido, hablé con tus hijos, lloré con ellos y, en cuanto pude, me monté en un avión y regresé a España. Desde entonces reconstruyo los últimos momentos de tu vida mezclando historias que me contaste durante aquellos meses con datos de los policías y figuraciones de mi imaginación. Desde entonces no duermo muy bien. Desde entonces trato de que mi esposa y mi hija me terminen de perdonar que las descuidase por ir a Venezuela «a ver lo que pasa con mis propios ojos.» Cómo podré olvidar tu muerte, tu cadáver, tu acento, tu resignación, tus recuerdos de los hombres que amaste, tus impresiones sobre Caracas, tus anécdotas de médica, el amor que sentí por ti y, sobre todo, cómo podré olvidar el homenaje póstumo que te hizo el gobierno y la mención especial del presidente en su programa dominical justo antes de que regresaras convertida en cenizas a tu Habana, justo antes de tu vuelta a la patria.

Del libro En rojo. Narración coral (cuentos). Caracas:Editorial Alfa, 2011.

Publicado en Contrapunto: Cuento del jueves: Vuelta a la patria, por Gisela Kozak Rovero.